Lo cierto es que en países con menores problemas de desempleo y de competencias educativas de su población adulta, se gastan muchísimo más en políticas activas, no sólo por parado, sino también sobre el PIB. Quiere decir que tienen fe en ellas, pero esta fe no es puramente ideológica, sino que se ha ido fundamentando en procesos de evaluación, con criterios de eficacia y de eficiencia. No se trata de desechar a la primera las que parecen no tener los resultados esperados, sino en muchas ocasiones de reorientarlas a determinados colectivos, combinarlas y completarlas con los instrumentos de apoyo. Para ello, la mayoría de estos países han seguido un camino que nosotros apenas hemos iniciado.
Nosotros acabamos de superar el Paleoceno de las políticas activas. En esa era, el gasto que se les destinaba ni tan siquiera se fiscalizaba. Ahora parece que si, y por eso surgen en cadena escándalos de fraude masivo en los cursos de formación, por ejemplo. Ya estamos en el Pleistoceno, pero para superarlo hay que distinguir entre la fiscalización y evaluación de impacto. Sin ésta última, las políticas activas sólo pueden ser eficaces por milagro, y lo normal es que se tienda a desecharlas sin intentar explicar por qué parece que no han funcionado....